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La Magia de THOT

Criptozoología: Los monstruos del más acá

Criptozoología: Los monstruos del más acá En varios poblados cercanos a la frontera entre Mozambique y Malawi, en Centro-Africa, había escuchado relatos sobre extrañas criaturas. Uno de esos "cuentos para niños" describía una especie de monstruo blanco capaz de engullir a un ser humano de un mordisco.

En esa zona, el idioma local es el chichewa, y la conversación había de sufrir una traducción triple antes de hacerme comprensibles las respuestas de los indígenas. Un guía nos traducía del chichewa a una especie de inglés africanizado que otro me traducía al español.

Naturalmente, siempre que tenía oportunidad, en toda aldea o poblado que visitábamos intentaba interrogar, a veces hasta por señas, a los indígenas sobre sus leyendas y creencias tradicionales. Y así me habían descrito aquella extraña criatura que, por los gestos y relato de los testigos que afirmaban haberla visto, a mí me parecía una especie de rinoceronte feroz de fauces gigantescas y color blanco. Estaba equivocado y no tardaría en darme cuenta.

Poco después de zarpar, me había acomodado en la popa de la barcaza que habíamos alquilado para remontar el río. Según nos había relatado el guía de aquella expedición naútica, el "monstruo blanco" había sido visto con frecuencia en las orillas del río Lambwe, y decidimos probar suerte remontando el río armados de cámaras hasta los dientes.

Después de cruzar kilómetros y kilómetros entre serpientes, cocodrilos y demás fauna salvaje, también yo comencé a considerar aquellos fantásticos relatos de los indígenas como un producto de la imaginación popular. No había rastro de voraces monstruos blancos por ningún lado.

Por fin, tras horas de travesía que se hacían interminables, decidimos regresar al punto de partida. Una lagartija, inesperado polizón en nuestra barcaza, me miraba perezosa desde la cubierta como riéndose de mi ingenua credulidad. La fotografié pensando que sería el animal más extraño que podría encontrar en aquella incursión por el río Lambwe y encendí otro cigarrillo recostándome sobre mi brazo mientras el patrón viraba para poner proa hacia el sur y comenzar el retorno.

Apenas habían transcurrido unos minutos, y pongo a mis compañeros de expedición por testigos, cuando un espantoso bramido a escasos metros de mi cabeza me hizo caerme al húmedo suelo de la barcaza.

Imagino que la expresión de mi cara debía de resultar de lo más cómica, a juzgar por las risas generalizadas, pero no presté demasiada atención a las burlas. Instintivamente dirigí el 300 mm. de mi cámara hacia la fuente de aquel terrible rugido, pero no pude apretar el disparador antes de que dos enormes ojos redondos desapareciesen bajo las aguas.

Apagamos los motores de la lancha y permanecimos en sepulcral silencio unos minutos. Yo aproveché para sacar el magnetófono dispuesto a grabar de nuevo aquel bramido si llegaba a producirse. Y vaya si se produjo.

Poco a poco, a unas decenas de metros de la barcaza, comenzaron a asomar de las aguas del río Lambwe pares de ojos redondos flanqueados por divertidas orejas oscuras. Eran hipopótamos. Docenas de hipopótamos que rodeaban a prudente distancia la embarcación. Con grandes bramidos parecían saludarnos.

Y por fin lo vimos... En medio de la manada, como si de un ser de leyenda se tratase, surgió de las aguas un hipopótamo diferente a todos. Parecía un poco más grande que los demás, pero lo que le diferenciaba del resto de sus compañeros era su color blanco. Se trataba de un hipopótamo albino.

Ante nosotros y ante nuestras cámaras estaba el origen de aquellos relatos que habíamos escuchado en algunos poblados. No se trataba de un mito, ni de una leyenda, ni siquiera de una criatura sobrenatural. Los indígenas me habían descrito, sorteando las limitaciones del lenguaje, exactamente lo que habían visto: un animal de enormes fauces, completamente blanco. Una caprichosa mutación genética había marcado la diferencia entre aquel hipopótamo y sus demás congéneres, creando un mito que, de no haber confirmado personalmente, para mí seguiría siendo un "cuento de niños". Y muy al contrario, era la fiel descripción de un fenómeno absolutamente real y natural.

Posteriormente tendría la oportunidad de encontrarme en otros poblados africanos, con mutaciones genéticas similares, incluso en seres humanos. Seres humanos que, diferentes a causa de esas mutaciones, eran marginados por su comunidad. No ha de extrañarnos que ante el nacimiento de una niña albina en una aldea indígena que no ha tenido contacto con los musumgos (hombres blancos), la imaginación y la superstición busquen explicaciones sobrenaturales a tan incomprensible fenómeno. Probablemente, si supiesemos diferenciar los añadidos sobrenaturales y mitológicos que adornan la descripción de un fenómeno real, estaríamos en disposición de obtener enriquecedores conocimientos sobre la naturaleza que se ocultan en las leyendas tradicionales africanas.

Y es que en la mitología africana existen relatos sobre extraordinarias criaturas, que siempre han sido relegadas a la superstición indígena por parte de los misioneros y de los zoólogos más conservadores.

Sin embargo, los testimonios que pretender avalar esos relatos no se limitan a indígenas africanos.

En 1959, cuatro militares belgas que sobrevolaban la selva del Congo en un helicóptero pudieron ver -y fotografiar- una serpiente pitón de 14 m. de longitud (casi el doble de las conocidas hasta ahora). Ya en 1915, los habitantes de una aldea en la colonia inglesa que forma la actual Kenya fueron atacados por un enorme mono babuino de más de dos metros de altura. El explorador Johan Reinhart Werner afirmó el pasado siglo que había visto en algunas zonas de la selva cocodrilos de entre 11 y 15 m. de longitud, cuando los más grandes no suelen superar los 9 m. Pero de todos los animales legendarios descritos por testigos africanos, el más fascinante y polémico es el mokele-mbembe (también llamado diba o songo).

En los últimos dos siglos, exploradores y cazadores han recogido en el centro de Africa docenas de testimonios de nativos, e incluso algunos de ellos han llegado a encontrarse con la legendaria bestia.

Es el caso del biólogo del Ministerio del Agua y Bosques de la República del Congo, Marcellín Agnagna, quien el 1 de mayo de 1993 se encontró con el mítico animal en la zona pantanosa situada en la confluencia de los ríos Likouala y Bai.

A primeras horas de la tarde, uno de los porteadores llamó a voz en grito a Agnagna para que mirase el centro del pantano. Se trataba de un animal semisumergido en las cenagosas aguas, del que se podía distinguir un gran dorso de al menos cinco metros de longitud, así como un largo cuello rematado por una pequeña cabeza de aspecto reptiliano. Según manifestó más tarde el asombrado biólogo, la criatura era un reptil con una morfología que recordaba a la de "un saurópodo del Mesozoico".

Exploradores como Alfred Aloysius Smith, Carl Hagenbeck o el capitán de las fuerzas coloniales alemanas, barón von Stein zu Lausnitz, han recopilado también abundante información sobre este misterioso animal en Camerún y Rodesia. Igual que el naturalista Ivan T. Sanderson, quien en 1931 tuvo un encuentro con él, o al menos con un animal similar, en las montañas de Asambo, en Camerún. Según Sanderson, viajaba por el río Mainyu con sus guías cuando la enorme bestia atacó su canoa.

Según el bioquímico de la Universidad de Chicago, Roy Mackal, que realizó dos expediciones a la zona en 1980 y 1981, los nativos de la región describen además otros animales no catalogados por la zoología: el emela-ntouka (que tendría un aspecto similar a un triceratops, un saurio con cuernos en la frente), el mbielu-mbielu-mbielu (gran reptil con protuberancias en el dorso, como los estegosaurios), etc.

Otros, como el escritor y realizador de documentales belga Douchan Gersi, el científico de la Universidad de Chicago Roy P. Mackal, y el cazador profesional Jim Kosi, recopilaron durante una expedición por la costa de Namibia en 1988 docenas de testimonios de nativos sobre un enorme animal alado similar al prehistórico pterodáctilo.

Ya en un libro de viajes publicado en 1923, Frank H. Melland narra los testimonios de varios indígenas de la región pantanosa de Jiundú, pequeño afluente del Zambeze (en el noroeste de la actual Zambia), que describieron el kongamato, una especie de reptil con alas de murciélago y un largo pico armado de feroces dientes. Cuando Melland mostró a los nativos algunas láminas que ilustraban libros de biología, éstos identificaron inmediatamente al pterodáctilo, a la vez que se echaban a temblar murmurando "kongamato, kongamato ..."

Por otro lado, el explorador Roy Mackal pudo recopilar en el Congo numerosos testimonios referentes al mahamba, una especie de cocodrilo gigante y muy voraz que en Angola se llama lipata. La descripción de estos gigantescos reptiles recuerda a algunos naturalistas al Phobusuchus, una especie desaparecida de saurio que podía alcanzar los 16 m. de longitud.

Pero volvamos a los cuatro militares belgas que en 1959 sobrevolaban Katanga en la entonces colonia del Congo Belga (actual Zaire). A las órdenes del coronel y piloto de la aeronave, Remy van Lierde, habían despegado de la Base de Kamina en misión de reconocimiento. Y sin buscarlo, se convirtieron en testigos de otra leyenda indígena al avistar, a menos de 40 m. de altura, una inmensa serpiente de color verdoso y rosado, de vientre blanquecino, tan ancha como un hombre y de unos 14 m. de longitud, reptando entre los arbustos. Durante varios minutos pudieron contemplar al monstruoso animal, cuya cabeza triangular medía unos 80 cm. de ancho.

De no haberse tratado de cuatro militares europeos, y de no haber fotografiado al enorme animal desde el helicóptero, la monstruosa serpiente continuaría siendo una leyenda que los nativos de la zona llamaban pumina.

Evidentemente, las tradiciones y leyendas que todavía hoy narran los nativos de toda Africa deberían ser contempladas con un poco menos de pedante escepticismo por los eruditos científicos occidentales. Probablemente, tras esos pintorescos relatos llenos de matices sobrenaturales, se ocultan excitantes realidades que podrían enriquecer notablemente nuestro conocimiento de la naturaleza y de la biología. Y eso no sólo ocurre en Africa.

Dragones, saurios y criaturas que no pueden existir
El 27 de marzo de 1992 las agencias de prensa de todo el mundo se hacían eco de una estremecedora noticia; Segundo López Tapullima, niño peruano de 15 años de edad, había sido engullido por un gigantesco ejemplar de serpiente boa de más de 20 m. de longitud. El muchacho había sido devorado por tan colosal reptil mientras descansaba a la sombra de un árbol en la carretera de Taropo a Yurimaguas, en el departamento selvático norteño de San Martín.

El caso pasó sin pena ni gloria por los medios de comunicación, como tantas otras veces, y sólo los coleccionistas de enigmas y algún que otro criptozoólogo sumó aquel recorte de prensa a su documentación. No hacía mucho que otra persona, esta vez panameña, había muerto de forma atrozmente similar, entre las fauces de un enorme lagarto de 600 kg. de peso y cinco metros de largo, en el río Santa María, provincia de Herrera, a unos 250 kilómetros de la capital panameña.

Casos similares se producen con indeseable frecuencia en distintas regiones del continente americano, donde monstruosos reptiles capaces de ridiculizar todos los relatos sobre monstruos legendarios, acaban con las vidas de campesinos, niños o indios que nunca llegarán a las primeras páginas de los periódicos occidentales.

Especialmente en la inmensa región bañada por el Amazonas se han detectado anacondas de entre 10 y 50 metros. Son las denominadas Sucuriju gigantes.

Uno de los casos más extraordinarios y documentados se produjo en 1948, cuando un destacamento del ejército en Juerte Abuna (Brasil), dió muerte con nutrido fuego de ametralladora a un gigantesco ofidio que alcanzó los 35 m. de largo, más del triple del máximo conocido en estos animales.

Enormes serpientes, saurios gigantescos, colosales reptiles... no es extraño que ante relatos sobre monstruos similares venga a nuestra memoria el excéntrico bestiario que describían los antiguos cronistas. El Unicornio, el Roc, el Ave Fenix, la Hidra, los dragones, el Kraken... la lista es interminable.

Todavía hoy existen autores que pretenden avalar la realidad de estas míticas criaturas amparándose en casuística contemporánea. Por ejemplo, en relación al legendario Kraken, el calamar gigante, algunos autores apelan a los cadáveres de cachalotes encontrados en el océano que mostraban huellas de enormes ventosas y que, una vez abiertos, presentaban trozos de tentáculos de talla desmesurada en su interior.

Sin embargo, la comunidad científica se conforma con interpretar algunas especies animales recientemente descubiertas por la zoología como inspiradoras de las antiguas leyendas.

Tal es el caso del fabuloso Dragón de Komodo, un espléndido reptil descubierto en 1912 en las islas Komodo y Flores, en el archipiélago indonesio. Para muchos autores ortodoxos este soberbio animal, heredero de los prehistóricos saurios que dominaron la tierra hace siglos, sería el origen de las leyendas sobre los míticos dragones orientales. Sin embargo, nada nos garantiza que en los relatos de los nativos africanos o de los indígenas del Amazonas se encuentren las verdaderas claves para comprender las leyendas sobre dragones u otras criaturas mitológicas. El gran problema de la zoología, igual que ocurre con la arqueología, es que los nuevos descubrimientos tienden a ridiculizar las dogmáticas afirmaciones de quienes pretenden que la ciencia ha llegado a su tope de conocimiento, obligando a revisar una y otra vez el dogma científico.

Ya en 1812 el prestigioso zoólogo francés Dr. Cuvier manifestaba públicamente su escepticismo acerca del descubrimiento de nuevas especies animales. Y aunque su opinión no fué apoyada por la totalidad de la comunidad científica, no deja de ser un excelente ejemplo de una afirmación categórica que el tiempo se ha ocupado de corregir. Por ejemplo:

  • En 1904 se descubre una nueva especie de jabalí selvático en Africa denominado Puerco Salvaje Gigante de Africa.
  • En 1912 se descubren en Indonesia los magníficos lagartos gigantes bautizados como Dragones de Komodo.
  • En 1973 se descubre un nuevo tipo de murciélago enano, el denominado Murciélago Nariz de Cerdo de Kitti. Con su carencia de rabo, sus 3 cm. de largo y 3 gramos de peso es, probablemente, el animal de sangre caliente más pequeño del mundo.
  • En 1976, y gracias a que se había tragado el ancla de un buque de la marina estadounidiense, fue capturado en aguas del Pacífico el primer ejemplar de Megachasmia Pelagios, conocido popularmente como "Megamouth" ("Bocainmensa"), una nueva especie de tiburón de cinco metros de envergadura.
  • En 1989 un cazador de Kamcharca (URSS) captura una especie de oso gigante, hasta entonces considerado producto de la fantasía de los lugareños, el Irkuyén.
  • También en 1989, el biólogo marino francés Francois Pelletier ocupó las portadas de las revistas especializadas al descubrir en la isla de Borneo un nuevo tipo de delfín-ballena: el Pesut.
  • En 1992, una expedición del Fondo Mundial para la Naturaleza dirigida por John McKinnon, descubría en la reserva natural vietnamita de Vu Chuary una nueva especie de bóvido de 80 kgs. de peso y metro y medio de largo, desconocido hasta esa fecha. Se bautizó como Pseudoryx ngherinhensis.
  • En 1993 se descubría en la selva brasileña del estado nororiental de Maranhao una nueva especie de monos, los Cebus kaapori, hasta entonces sólo conocida por los indios urubú ka-apor.
  • En 1994, y también en la reserva de Vu Chuary, se descubrió otro nuevo mamífero bautizado como Gigante Muntjac por casi duplicar el tamaño de los Muntiacus muntjak, estando este nuevo animal armado de largos cuernos y púas en la frente.

La lista sería interminable. Y sólo hemos mencionado grandes mamíferos. La cantidad de insectos, pequeñas aves o peces que se descubren anualmente a los ojos de la ciencia es mucho mayor.

Estos descubrimientos suponen una buena cura de humildad para la comunidad científica, que todos los años ha de enfrentarse a nuevos hallazgos zoológicos. Evidentemente, la naturaleza todavía se reserva muchos secretos. Y en las selvas, montañas, desiertos, y sobre todo en los mares del planeta, nos aguardan sin lugar a dudas muchas sorpresas.

Pero indudablemente, uno de esos asombrosos hechos lo constituye la súbita reaparición sobre la faz de la tierra de animales cuya existencia sólo conocíamos por fósiles de hace millones de años. ¿Es posible que contemporáneos de los dinosaurios continúen existiendo en tierras y mares del planeta? Pues sí.

El caso más conocido, la auténtica "estrella" de esos fósiles vivos es el Celacanto.

Oficialmente el Celacanto había dejado de existir hacía 65 millones de años. Fósiles del Celacanto habían sido localizados y catalogados por los expertos y todavía hoy continúan apareciendo. Sin embargo, la ciencia sufrió una conmoción en 1938, cuando un grupo de pescadores capturaba en aguas sudafricanas los primeros ejemplares vivos de este excepcional pez de inquietante aspecto. Metro y medio de enigma biológico provisto de aletas lobulares y amenazadora dentadura.

Pero el celacanto no es el único fósil vivo que atenta contra nuestro conocimiento de la historia animal. Son ya muchos los animales prehistóricos que reaparecen súbitamente en nuestro conocimiento de la naturaleza:

  • En 1958 se redescubre el kakapo, la especie de loro más pesada del mundo que con sus casi tres kilos de peso es incapaz de volar. Este ave estaba oficialmente extinguida.
  • En 1966 reaparece otro fósil de 20.000 años de antigüedad vivito y coleando, el Opossum pigmeo, uno de cuyos ejemplares apareció, con vida, en un cubo de basura de la Universidad de Melbourne.
  • En 1972 se descubrieron manadas de pecarí (jabalí enano americano extinguido -oficialmente- en la Era Glacial) correteando por los montes de Paraguay occidental.
  • En 1977, el zoólogo y especialista en vertebrados Dr. J.I. Menzies descubre en Nueva Guinea los fósiles de un curioso ejemplar de murciélago falto de incisivos en la mandíbula superior, de 10.000 años de antigüedad. Poco después, el mismo Dr. Menzies recibió un ejemplar vivo de esos antiquísimos fósiles que vivían en una colonia en grutas de la misma Nueva Guinea.

Escudados en estos espectaculares casos, los criptozoólogos defienden la existencia de las grandes estrellas legendarias en este campo, a saber: el Yeti y Nessie, el Monstruo del Lago Ness.

El "Abominable Hombre de las Nieves" y el "Monstruo del Lago Ness" han hecho correr ríos de tinta y son protagonistas de docenas de monográficos. Tanto al Yeti como a Nessie les han salido numerosos parientes por todo el globo.

El mito de los Hombres-Bestia se encuentra en infinidad de culturas. Desde el Sasquatch hasta el Bigfoot, los "primos" lejanos del Yeti, tan polémicos y escurridizos como él, se encuentran en Asia, América, Africa, etc.

Exactamente lo mismo ocurre con Nessie. Además del Loch Ness, otros muchos lagos y ríos de todo el planeta mantienen leyendas sobre monstruos marinos. Por ejemplo, los lagos Nahual Huapi, en Argentina o Tianchi en China.

Con relación a cualquiera de estos monstruos legendarios contemporáneos, que se suponen supervivientes de grandes animales prehistóricos, existen abundantes testimonios, fotos y filmaciones.

No entraré a desarrollar estos casos por existir una abundante bibliografía para consultar, pero sí me gustaría reclamar la atención del lector sobre los aspectos comerciales de dichos casos.

Tanto el Yeti, y más aún Nessie, se han convertido en reclamos turísticos de sus respectivos contextos geográficos. Escocia debe tantas divisas al monstruo del lago Ness como a los fantasmas de sus castillos.

Y es importante, a mi juicio, marcar la diferencia entre estos grandes mitos criptozoológicos eminentemente comercializados por los medios de comunicación y los casos africanos o sudamericanos, los cuales, por el contrario, no han supuesto ningún beneficio económico a los testigos que afirman haberlos visto.

Estoy seguro de que, igual que los indígenas que me relataban sus encuentros con el "monstruo blanco del río Lambwe" describían un fenómeno real, tras numerosos relatos sobre extrañas criaturas en Africa, Asia o América se ocultan nuevas especies animales o, más interesante aún, ejemplares vivos de fósiles datados en millones de años...


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